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martes, 3 de abril de 2007

LA TERCERA...

De odio, discriminación y dolor.

En las calientes tardes de la primavera de 1983, Leenchov se dedicaba a llenar de polvo de las calles de Deathvalley, las suelas de sus negras botas desgastadas, viejas y desgastadas; pero eso realmente le gustaba, se le notaba en su rostro, por aquella sonrisa que permanecía enterrada debajo de ese aspecto sereno, pero sobre todo cuando sacaba su paquetín de Alas azules, lamía el cigarro de extremo a extremo y luego le pasaba un cerillo para humearlo un poco, antes de encenderlo.

Yo siempre lo esperaba en la esquina de la vieja plaza de Deathtown, en el mismo lugar, llegaba silbando la misma tonada de Can’t take my eyes off you, siempre con el mismo atuendo, sino el mismo precisamente, más o menos el mismo, las mismas viejas botas negras que le gustaba sacar a pasear, el pantalón de mezclilla desgastado, su playera blanca y una camisa de franela, después de todo, en la calle, el calor no era tanto.

Y siempre llegaba saludando y diciendo: - ¿Has visto a Sammie? –

Por supuesto, yo casi nunca la veía, por que ella si que era una jovencita realmente ocupada.

Sammie era la clase de chica que no tenía y nunca adoptó las viejas usanzas de Deathtown, por supuesto su padre era bastante comprensivo y apoyaba en todo a Sammie, desde sus estudios en la preparatoria, hasta ser cordial con Leenchov e invitarlo de vez en cuando a cenar o ver el béisbol por la televisión.

La cuadra en la que viví durante más de 20 años en Deathtown era la cuadra más americana que pudiera haber en miles de millas a la redonda; si no hubiera sido por todos esos momentos que pasamos juntos, no sé que hubiera sido de mi vida; pero creo que tengo que hacer un paréntesis, para explicar un poco mi cuadra.

A finales del siglo antepasado llegaron varios inmigrantes, es decir, nuestros antepasados, al centro de Deathtown, pero nadie sabe, sí en aquellos días eso estaba realmente considerado como el centro de Deathtown, personalmente creo que no, porque entonces, los oriundos, muy probablemente, no hubieran dejado a los inmigrantes alquilar, y con el paso de los años adquirir sus viviendas en ese lugar, pero nuestros antepasados fueron además de afortunados, bastante ingeniosos, porque en aquellas condiciones y entre gente tan arraigada a su modus vivendi, se vieron en la necesidad de cambiar sus apellidos por algo más ‘mexicano’; pero en esta parte no voy a entrar en detalles.

Tal vez, fue el cambio de apellidos lo que hizo más fácil la estancia en el centro de Deathtown, pero además con el paso de los años, fue un fenómeno realmente extraño, porque, al menos, en mis días de juventud, puedo decir que aquello parecía un ghetto en el centro de la comunidad, tal vez la gente pensó: Eso cambiará. Cómo fue que pasó, pero la cuestión aquí, es que esos días dentro de ese ghetto ‘amigable’ fueron muy cómodos.

Nosotros, los güeritos, aunque realmente no éramos todos güeros, algunos más bien blancos, otros un poco más bien rubios, pero a ellos, no les importó jamás, siempre agarraban parejo y a todos nos llamaban de esa manera, pero nunca lo vimos como algo ofensivo, ni discriminador, porque estábamos, aparentemente bien con todos, sin molestar y sin ser molestados; teníamos nuestras costumbres: Ver el béisbol, el fútbol (aunque ellos le llamaban americano), escuchar a Frank Sinatra, Glenn Millar, Gardel, o algo más contemporáneo pero en inglés u otra idioma, o de otro país, simplemente porque nos gustaba y ese gusto lo compartíamos, pero era ahí donde entraba lo discriminador, porque a ellos no les gustaba.

Pero regreso al relato de Leenchov y Sammie, eran una pareja encantadora, como fueron durante muchos años; Del y Jenny, Foggy y Sarah, Diane y yo; pero esas son otras historias.

Recuerdo que Leenchov casi nunca encontraba en la calle a Sammie, pero, como antes dije, siempre preguntaba por ella, después del ritual de la esquina, caminábamos un poco, como para huir del calor, sobre todo del calor de aquella primavera del 83.

El 19 de abril de aquella primavera festejábamos el cumpleaños 17 de Del, pusimos el tocadiscos y sacamos los discos de acetato de colección de las big bands, compramos unas cervezas y también compramos un pastel adornado con el logo del equipo de los Mets. Todo iba fantástico, pasaban un partido de pretemporada entre los Mets y los Dodgers, lo cual aderezó la tarde – noche.

Alrededor de las 20:45 llegaron algunos oriundos un poco ebrios a colarse a la fiesta, lo que nos puso incómodos a todos, entonces no éramos lo fuertes que ahora somos y ellos ya eran un poco mayores.

El padre de Del trató de persuadirlos de que nos dejarán en paz y fueran a seguir su fiesta a otra parte, pero ellos se pusieron más tozudos y más agresivos, entonces empezaron a manotear al padre de Del y él se enojó, lo que nos llevó a los empujones y justo cuando inició la pelea Sammie trató de agarrar a Leenchov, pero uno de los hombres oriundos, cegado por el alcohol y el odio hacia nosotros, le clavó un cuchillo en el pecho a Sammie y ella instantáneamente cayó.

Aquello fue tan rápido y tan estrepitoso que lo que recuerdo es desvanecerse aquella melodía de At the Woodchoper’s ball y cambiarse por gritos y lamentos de dolor; pero esa imagen de Leenchov sosteniendo en sus brazos a Sammie, jamás la voy a olvidar.

Hacia calor realmente aquella primavera del 83, pero esa noche nuestros huesos se helaron y nuestro festejo fue cambiado por la muerte de Sammie y en gran parte de Leenchov.

Aunque después, cuando llegó el padre de Sammie fue todavía más oscuro todo, más desgarrador y más terrible, ver a ese hombre desplomarse ante la tragedia de la muerte de su hija y por supuesto nuestra amiga, a quién jamás olvidaremos.

Creo que a partir de ese día las cosas empezaron a cambiar rápidamente, pero Del, Leenchov, Foggy y yo, juramos seguir juntos a pesar de los años y las vicisitudes. Hoy estoy atrás de está computadora recordando a Sammie; aunque no puedo dejar de sentir un poco de ira, tal vez mucha y mucho dolor.

2 comentarios:

Rabia pura dijo...

cámara, que chido que visitas y comentas el blog.
sale, pasatela poca madre y llenate de opiáceos, así la puta vida, si vale la pena. au!

Anónimo dijo...

Algo liada, si, dejé Ruta pero regresé...esta semana tengo turno de noche en el trabajo...intentaré leerte (qué extensoooo) y mandarte mail, ok? Perdona el silencio, amigo!